17/12/06

¿Qué está pasando, pues? (1)

...¿Qué está pasando, pues? Arriesguemos algunas hipótesis explicativas de esa escasa presencia de los católicos en los nuevos escenarios de la vida pública en América Latina, que sintetizaré en seis capítulos con los siguientes títulos: - el divorcio entre la fe y la vida; - el cisma tradicional entre elites y pueblos; - los influjos de la cultura relativista y hedonista; - la privatización de lo religioso en democracias “procedimentales”; - el agotamiento de esquemas ideológicos y políticos del mundo bipolar; - la crisis de las formas asociativas del laicado militante; - el descreimiento de la política.


El divorcio entre fe y vida

“Uno de los más graves errores de nuestra época” -señaló el Concilio Vaticano II - es el divorcio entre “la fe y la vida diaria de muchos”, así como las “opciones artificiales entre ocupaciones profesionales y sociales, por una parte, y la vida religiosa, por otra” (28). Para muchos el bautismo ha quedado sepultado bajo una capa de olvido e indiferencia, de ignorancia religiosa, en la distracción y el descuido. Es muy frecuente también la tendencia a las vidas paralelas, fragmentadas, parcializadas, en las que la familia, la educación, el trabajo, las diversiones, la política y la religión ocupan como compartimentos separados y escasamente comunicados. En la existencia de los cristianos parecen muchas veces darse “dos vidas paralelas: por una parte, la llamada vida ‘espiritual’, con sus valores y exigencias, y por otra, la vida llamada ‘secular’, o sea la vida de familia, de trabajo, de las relaciones sociales, del compromiso político y de la cultura” (29). La fe recibida va quedando así reducida a episodios y fragmentos de toda la existencia. Se cae, pues en el ritualismo - lo religioso reducido a episódicos y a veces esporádicos gestos rituales y devocionales -, en el espiritualismo - el cristianismo evaporado en un vago sentimiento religioso, en el moralismo - la fe en Cristo salvador reducida a ciertas reglas y comportamientos morales -. En todos estos casos, la fe católica no es concebida ni experimentada como acontecimiento de un encuentro sorprendente y fascinante con Cristo, que abraza y convierte toda la vida del bautizado. Falta una “apropiación” personal del anuncio evangélico de modo que la fe crezca y sea cada vez más la experiencia y el significado totalizantes de la existencia.

El cisma entre elites y pueblos

El divorcio entre la fe y la vida refleja, y a la vez ahonda, la “ruptura entre Evangelio y cultura” que Pablo VI ya indicó como “el drama mayor” de nuestro tiempo (30). En América Latina este drama se incuba histórica y culturalmente y se manifiesta en el cisma entre las elites ilustradas, racionalistas, secularizantes, dependientes de los modelos sociales e ideológicos de las metrópolis, y las grandes mayorías populares, “barrocas”, de sedimentos católicos y tradiciones orales, que acompañó la formación de los Estados y su incorporación subalterna en el mercado mundial. Fue interpretado por esas elites como la oposición entre “civilización y barbarie”, entre los fautores del progreso y la modernización y los vastos “mundos” populares todavía anclados en la sociedad tradicional, “pre-moderna”. Similar cisma se prolongó en nuestro siglo XX en el que las elites ilustradas pagaron fuertes tributos a las ideologías dominantes del mundo bipolar. Sociologías de la modernización, con sus oposiciones simplistas y groseras entre lo rural-tradicional-sacro y lo urbano-racional-moderno-secular, y la vulgarización del marxismo, con lo religioso como opio del pueblo, inspiraron en diversas corporaciones actitudes públicas desconectadas de la realidad de los pueblos, fomentando que éstos fueran cada vez más descreídos de la cosa pública (31). ¡Proyectos de modernización, desarrollo y revolución a espaldas de los pueblos, que terminan por ser contra los pueblos! En el extremo de este cisma - que admitió según los países muchos grados, variantes y excepciones - estuvo el México gobernado durante siete décadas por una monocracia filo-masónica mientras el 90% de los mexicanos se confesaba católico y el 99% “guadalupano”; lo católico quedaba vedado de los ámbitos públicos, marginado de las instancias políticas, escolásticas, culturales y editoriales.

Es verdad lo que afirmaban los Obispos latinoamericanos en Puebla cuando señalaban que la fe católica parece tener escasa significación en los “criterios y decisiones de aquéllos que han asumido responsabilidades políticas e intelectuales en la organización de las sociedad latinoamericanas”. (32)

En tales condiciones, las formas arraigadas de piedad popular católica, con profundo sentido de la presencia del misterio, se limitaban así a ser pura resistencia, tendiendo a empobrecerse, no siendo suficientemente cultivadas. Incluso tuvieron que sufrir una vasta ola de iconoclastía por lecturas y aplicaciones secularizantes de la renovación conciliar, ¡precisamente cuando más se hablaba del “pueblo de Dios”! Por eso mismo, el episcopado latinoamericano, en Puebla, exhortó a las elites a “asumir el espíritu de su pueblo, purificarlo, aquilatarlo y encarnarlo en forma preclara, y, a la vez, desarrollar “una mística de servicio evangelizador de la religión de su pueblo”, expresada sobre todo por los pobres y sencillos. (33)

Sólo quienes se demuestren capaces de vivir una connaturalidad afectiva con el propio pueblo y recapitular, repensar, reformular y reproponer sus matrices culturales e ideales, bregando con realismo, pasión y competencia por sus intereses comunes, pueden tocar sus fibras profundas y ponerlos en movimiento.

Tomado de "Católicos y vida pública en América Latina" (ver Documentos relacionados)

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