12/10/08

Un mal que nos está matando: la adicción a la droga y al juego

Carta pastoral sobre las adicciones de monseñor Jorge Casaretto, obispo de San Isidro
(29 de septiembre de 2008)

Queridos Amigos:

En esta oportunidad quiero invitarlos a reflexionar sobre un problema que nos tiene sumamente preocupados: el tema de las adicciones, en particular la adicción a las drogas y al juego.

Ya en noviembre de 2007 los obispos argentinos manifestamos esta preocupación en una carta dirigida a la sociedad titulada "La droga sinónimo de muerte".

Síntomas de una situación crítica

Las estadísticas nos hablan de un consumo cada vez más precoz y masivo de drogas y alcohol, y los distintos informes nos dicen que nuestro país hace tiempo que dejó de ser un país de tránsito, para transformarse en un lugar de alto consumo de sustancias tóxicas, en particular de cocaína, marihuana y "paco".

Las noticias nos muestran casi a diario la magnitud del problema. Bandas enfrentadas, zonas tomadas por los narcotraficantes, cargamentos de sustancias cada vez más importantes, empleo de jóvenes y niños en la distribución, adolescentes y adultos que mueren por sobredosis. Los mercaderes de la muerte hacen su negocio con la vida de nuestros niños y jóvenes.

Pero los signos de alarma no solo suenan cuando miramos los diarios. Con alguna frecuencia me llegan noticias que agentes de la distribución de drogas en los barrios pobres regalan muletas, sillas de ruedas o remedios para ganar voluntades y asimismo le pagan a la gente por esconder la droga en sus casas o avisar sobre movimientos de la policía o de la justicia.

Imaginen ustedes qué tentación tan grande, en una situación de pobreza extrema que a uno le paguen altas cifras por no hacer nada, solo cuidar y avisar.

Otro hecho elocuente: En una misión se le preguntaba a la gente por sus mayores preocupaciones, al tope de la lista estaba "que mi hijo/a no caiga en la droga". Un grupo de padres de un colegio comentaba la facilidad con la que acceden hoy los chicos a la droga, incluso ofrecida en las cercanías de las escuelas, en los boliches, etc.

Creo poder decir que en el conurbano de las grandes ciudades (bonaerense en nuestro caso), la exclusión social alimentada por la cultura de la dádiva, el alcoholismo, el juego y el reparto "de bienes y favores" que hace el narcotráfico, se está convirtiendo en la mayor hipoteca social del país, que al tomar dimensión estructural, es de muy difícil erradicación.

Junto a la droga, nos preocupa la proliferación de las casas de juego, que han favorecido en la sociedad la adicción al mismo, con consecuencias fatales para muchas familias.

Se confunde a la sociedad aumentando la difusión y proliferación del exceso y, por lo tanto, la facilitación del vicio.

El poder económico de los grandes empresarios del juego y sus alianzas con los poderes políticos son enormes. La compra de voluntades y de apoyos no reconoce límites.
Los bingos, difundidos en principio como inocentes salones de encuentro familiar, unidos al fabuloso negocio de los tragamonedas, al alcance de todos los estratos sociales, se han ido convirtiendo en importantes centros de juego y, como tales, en destructores de vidas y ruina de una enorme cantidad de familias.

Gracias a Dios, aún algunos municipios de nuestra diócesis han resistido la instalación de estas salas de juego.

Qué es lo que nos lleva desarrollar conductas adictivas

La palabra "adicto" nos está dando la pista: a-dicto es el que no dice, el que no se comunica. De hecho, los adictos nos refieren su experiencia de profunda soledad, su vacío. Han llegado allí por huir, por evadirse, para acallar una pena. A veces es el hambre abrumador, el abandono, la carencia de referentes. Otras veces son las mismas problemáticas vitales normales, pero a las que no se les encuentra una salida ni a quién pedir ayuda.

Así, entre las cosas que nos pueden generar nuestros vacíos o acrecentarlos, está la falta de comunicación que vivimos en estos tiempos, (paradójicamente) hipercomunicados.

Nos falta comunicación en las familias, en las escuelas, en las comunidades. El apuro, las exigencias, el vértigo cotidiano nos llevan a dejar de escuchar, de escucharnos a nosotros mismos y de escuchar a los demás.

Evidentemente, no me refiero a la mera trasmisión de datos, sino a la comunicación cordial y profunda, que nos impulsa a compartir con otras personas pensamientos, sentimientos.

Como pre-requisito, tiene que haber comunicación con nosotros mismos, lo cual implica una escucha a nuestros pensamientos, sentimientos, incluso a nuestro cuerpo, ya que muchas veces las enfermedades nos están marcando algo que tenemos que hacer o dejar de hacer.

Y al principio y al final del proceso, obviamente, está nuestra relación con Dios. Nosotros como creyentes sabemos cuán importante es esta dimensión para nuestra salud y felicidad y cómo cambia la vida contar con una relación cordial y fluida con el Señor.

Si tenemos padres y madres que escuchen, docentes que escuchen, animadores de comunidades que escuchen, dirigentes políticos, sociales y religiosos que escuchen, nuestros jóvenes podrán comunicarse, podrán decir lo que piensan y sienten y podremos ayudarlos. Habrá muchos menos a-dictos.

La dinámica del mal

En nuestra época, hablar del mal no tiene buena prensa. Quisimos erradicar el miedo de nuestra espiritualidad, lo cual es muy saludable, pero para ello en nuestra pastoral casi hemos anulado todos los argumentos acerca del mal. Nos olvidamos que este es un tema presente en la predicación de Jesús.

No voy a entrar aquí en una discusión filosófica sobre el mal en el mundo, sencillamente recuerdo la parábola de la cizaña en el trigo y la explicación que da Jesús de la misma:

"Y les propuso otra parábola: «El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras todos dormían vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue.

Cuando creció el trigo y aparecieron las espigas, también apareció la cizaña. Los peones fueron a ver entonces al propietario y le dijeron: «Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que ahora hay cizaña en él?»

El les respondió: «Esto lo ha hecho algún enemigo». Los peones replicaron: «¿Quieres que vayamos a arrancarla?».

«No, les dijo el dueño, porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los cosechadores: Arranquen primero la cizaña y atenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo en mi granero».

Entonces, dejando a la multitud, Jesús regresó a la casa; sus discípulos se acercaron y le dijeron: «Explícanos la parábola de la cizaña en el campo».

El les respondió: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los que pertenecen al Reino; la cizaña son los que pertenecen al Maligno, y el enemigo que la siembra es el demonio; la cosecha es el fin del mundo y los cosechadores son los ángeles.

Así como se arranca la cizaña y se la quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal, y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes.

Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre. ¡El que tenga oídos, que oiga!" Mt 13, 24-30. 36-43

Podríamos hacer muchas reflexiones, pero aquí me parece importante señalar que existe el mal, que existe quien lo siembra y que tiene una estrategia para hacerlo. Debemos estar alertas sobre los peligros exteriores; pero el mal no sucede solamente afuera nuestro, sucede en nuestro propio corazón; y allí es donde principalmente debe haber una actitud vigilante, a la que también nos exhorta Jesús (ver Mt 25).

Todos somos pecadores, y si recordamos algún pecado más o menos importante que hayamos cometido, y rastreamos cuál fue su origen, descubrimos una tentación y a nosotros mismos cayendo en ella. Al principio, posiblemente, fue algo pequeño. Por ejemplo, algún gran rencor que guardamos en el corazón, y que hoy lastima a los demás y a nosotros mismos, comenzó con algo que otro nos hizo, pero que con el tiempo se transformó en odio. ¿Cómo sucedió eso? Pudo empezar a gestarse a partir de una ofensa, un prejuicio, una crítica destructiva o simplemente un pensamiento agresivo o un sentimiento que podría haber quedado allí, pero nos ocupamos de cultivarlo. Se transformó entonces en algo que hoy nos maneja y no podemos controlar. Podríamos poner ejemplos de cualquier otro de los pecados que llamamos "capitales": codicia, ira, soberbia, lujuria, gula, pereza, envidia, con sus muchos derivados.

Por eso es tan importante "vigilar" sobre lo que sentimos o pensamos. Una fantasía o un sentimiento no son ni buenos ni malos, pero pueden transformarse en tales, en la medida en que nosotros los alimentamos en un sentido o en otro. Manejamos estos pensamientos cuando las tentaciones son solo eso, pero después, transformadas en acciones malas, cuanto más grandes, menos poder tenemos finalmente sobre ellas.

¿Qué tiene que ver esto con las adicciones? Los especialistas en el tema afirman que quien empieza a consumir drogas, alcohol, juego, etc. hasta transformarse en un adicto, más allá de un contacto casual, siguió adelante porque hubo un vacío que se quiso llenar con aquello que se consume. Juan Pablo II habló del "vacío existencial" que se quiere satisfacer con la adicción. Los adictos por su parte, hablan de la compulsión a consumir como algo que ya no pueden manejar.

Todos tenemos nuestros vacíos, por las limitaciones intrínsecas que tiene la vida y por nuestras propias heridas: ¿Qué hacemos con ellos? ¿Los vemos? ¿O los negamos y entonces a la larga nos manejan? Si los vemos, ¿Con qué los estamos llenando? ¿Con comida, alcohol, tele, drogas, juego, sexo, personas o relaciones "tóxicas", trabajo…?

Algunas de estas cosas son malas aún en dosis pequeñas, pero otras son excelentes en su medida, solo que ellas solas no alcanzan para responder al sentido de nuestra vida.

Hace poco llegó a mis manos una novela, llamada "La última moneda",[1] en ella se narra la historia de una mujer adicta al juego y su lucha por recuperarse, el libro muestra bien cómo la protagonista comienza yendo al tragamonedas como un entretenimiento y termina desarrollando una irrefrenable compulsión por jugar. Pensó que podía controlar la situación, hasta que dolorosamente y después de perder muchas cosas importantes, se dio cuenta que el juego la manejaba a ella. Una dinámica oscura, difícil de percibir mientras se desarrolla.

Sobre nuestros vacíos, heridas y tentaciones tenemos que mantener una actitud vigilante, porque nuestra desprevención nos puede hacer caer en una vorágine de la que después no podremos salir aunque queramos.

Empezando a buscar salidas

Estas cosas sería bueno conversarlas en las comunidades, dedicarnos un poco a preguntarnos, a reflexionar, a dialogar sobre las causas del fenómeno de las adicciones.

Evidentemente, con el miedo no hacemos nada, todo lo contrario, nos arrinconamos más y crece la sensación de impotencia que nos inmoviliza, lo cual es una maniobra del mal, para que el bien no crezca. Vencer el mal, a fuerza de bien, como dice Pablo (Ver Rom.12, 21), será la estrategia principal, pero ¿Cómo?

Lo primero será conocer la realidad, para dimensionar a qué nos estamos enfrentando y con quién tenemos que luchar. Esta carta también puede contribuir a que miremos algo que nos cuesta ver.

Lo segundo, es trabajar con las consecuencias, ayudar a quienes ya son adictos, apoyando a las ONG o instituciones que trabajan en este sentido, alertarnos unos a otros sobre la venta de drogas, hablar con los jóvenes sobre el tema, trabajar para evitar la tolerancia social creciente sobre el consumo de drogas, etc.

Lo tercero es actuar sobre las causas que conducen a desarrollar conductas adictivas de cualquier tipo, que es un trabajo de educación y prevención más profundo que hablar sobre la maldad del juego, del alcohol y de las drogas (lo cual también hay que hacerlo), sino preguntarse ¿por qué las personas se autodestruyen por estos medios? ¿Qué es lo que nos lleva a desarrollar una adicción?

Por último, y aunque parezca lo más difícil, hay que tratar de influir sobre nuestros representantes (concejales, legisladores, etc.), para concertar en el orden municipal, provincial y nacional, políticas públicas con las que se pueda enfrentar estos flagelos, legalmente y con eficacia.

Obviamente, son los especialistas los que tienen respuestas acabadas sobre el tema, yo tan solo quiero llamar la atención sobre cuestiones que nos pueden ayudar a pensar, con la intención que se desencadene el debate y la reflexión en las familias y comunidades.

En definitiva, el camino cristiano es también un camino de sanación que nos devuelve nuestra plena libertad de hijos de Dios.

Quiero terminar la carta con un testimonio, el testimonio de Juan, un hombre valiente que se animó a pelear con sus sombras.

Soy Juan, tengo 37 años, estoy casado y tengo 5 hijos. Tuve una infancia muy difícil: mi mamá nos abandonó a mis hermanos y a mí cuando éramos muy chicos y mi padre era alcohólico. Por estos motivos, me crié en la calle, donde conocí a los 12 años, el infierno de las drogas. La droga parecía llegar en el momento justo, como para tapar todo el odio, la bronca y la tristeza que yo sentía.

El consumo de drogas me llevó a conocer muchos hospitales, institutos de menores, y cárceles, porque tenía que salir a delinquir para poder drogarme. Pasé muchos años detenido, y tengo varios impactos de bala en mi cuerpo, uno de los cuales me dejó 12 días en estado de coma.

Mi vida nunca tuvo un sentido, ni me parecía que hubiera una razón para vivir. Vi como el alcohol y las drogas destruían a mi familia: primero, muere mi padre a causa del alcohol, luego mi hermana deHIV y mi hermano cae preso.

En el año 96 conocí a la que hoy es mi esposa, (llamémosla María) que también se drogaba y tenía dos chicos. Pronto nos fuimos a vivir juntos, tuvimos un hijo, que por nuestra condición de adictos, tenía pocas posibilidades de vivir, pero que gracias a Dios hoy está bien. Cuando ese bebé tenía un año y medio, un juez tomó la decisión de sacarnos los tres nenes y llevarlos a un instituto. Ese hecho nos hizo tocar fondo a María y a mí y decidimos comenzar un tratamiento de rehabilitación, en ese momento, Dios empezó a actuar en mi vida de una manera sorprendente, con el sólo hecho de reconocer que Él era mi Salvador.

Con María estuvimos internados juntos 2 años, nos costó horrores superar el tratamiento pero fue lo mejor que nos pasó en la vida. Hoy hace 9 años que estoy sin consumir, y hace 7 que trabajo como operador socioterapeuta en una comunidad de rehabilitación de adictos.

Hace 5 años que con María nos casamos por iglesia y por civil, recuperamos a nuestros hijos, terminé el secundario y estoy estudiando una carrera universitaria.

Hoy puedo decir que me pude recuperar y también recuperar mis valores como persona, en especial algo que para mí es lo más importante, mi identidad. Quiero decir que todo esto no lo hubiera podido hacer si no me aferraba a Dios, a Jesús y a María que son los principales artífices de la persona que soy hoy, junto con Patricia y el P. Hugo que fueron quienes creyeron que me podía recuperar cuando nadie, ni en mi familia, ni en el barrio, ni yo mismo creía que podía hacerlo.

Ahora puedo asegurar que todo adicto se puede recuperar con la ayuda de Jesús y de María, y de aquellos hermanos que crean que esa persona es capaz de hacerlo.

Gracias, Juan

Pd: pido disculpas a la sociedad por el daño que causé siendo un adicto.

Que el Espíritu Santo nos inspire y nos de la lucidez necesaria para saber qué es lo que tenemos que hacer y la valentía para llevarlo adelante. Una bendición especial para las familias que tienen algún miembro padeciendo una adicción, a ellos mi fraterna cercanía y una palabra de aliento para que pidan ayuda y no bajen los brazos,

Con afecto en el Señor,

Mons. Jorge Casaretto, obispo de San Isidro

GUÍA DE TRABAJO:

Tal como hicimos en otras cartas pastorales, nos vamos a ayudar con una guía de trabajo en nuestra reflexión personal y comunitaria.

¿Qué es una Guía de Trabajo?

Es una serie de preguntas que nos ayudarán a interiorizar los contenidos de la CARTA PASTORAL. No se trata de encontrar la "respuesta correcta", sino de preguntarnos acerca de lo que estamos reflexionando, para ver qué repercusión tienen estas realidades en la vida de cada uno de nosotros. Sería bueno que escribamos las respuestas, ya que el ejercicio de escribir nos ayuda a concentrarnos y a ponernos en contacto con nuestro interior. Si queremos, después podemos compartir lo que hemos reflexionado, con nuestra familia o comunidad.

Aquí van las preguntas:

  1. ¿Cómo repercuten en mi persona y en mi familia el tema de la droga, el alcohol, el juego? ¿Estamos asustados? ¿Nos hemos planteado alguna vez el hecho de que algún miembro de la familia podría desarrollar esta adicción?

  2. ¿Cómo diríamos que es la comunicación en nuestra familia? ¿Buena, regular, mala…? ¿Por qué? ¿Hay cosas de las que no hablamos? Por ejemplo: ¿Sabemos qué le preocupa hoy a cada una de las personas que viven con nosotros?

  3. ¿Sé escuchar? ¿Sé propiciar espacios para compartir experiencias, sentimientos, vivencias con los otros integrantes de mi grupo familiar, particularmente con los chicos y jóvenes de la familia?

  4. ¿Cuáles son los vacíos que mi vida presenta hoy? ¿Con qué/quiénes intento colmar esos vacíos? ¿Puedo reconocer en mí o en algún otro miembro del grupo familiar alguna adicción peligrosa o inofensiva (adicción al alcohol, a la comida, a la tele, a la computadora, al celular, etc.)?

  5. ¿Puedo reconocer en mí algún pecado que lleva tiempo y ha echado raíces en mi corazón? ¿Cuál? ¿Puedo reconocer los factores que lo hicieron crecer? ¿Qué podría hacer para liberarme de este mal?

  6. ¿Estoy haciendo algo por aquellas personas que ya son adictas? ¿Y por erradicar la droga de mi barrio/entorno? Pienso alguna acción concreta que podría llevar adelante.

  7. ¿He pensado unirme a otras personas o grupos para evitar que en nuestros Municipios se instalen casas de juego?

  8. En presencia de Jesús, le pido que me ilumine con su Espíritu Santo, para que pueda conocer mi verdad personal y familiar y para tener el coraje de cambiar las situaciones que nos están esclavizando.

Notas


[1]De Rosario Bigrevich. Editorial De los Cuatro Vientos, Buenos Aires, 2007.

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