15/1/07

Una visión política cristiana estadounidense distinta: Jim Wallis (2)

God’s Politics (La política de Dios)

Jim Wallis

Extracto de capítulo

Capítulo Uno


Recuperar la fe


Cooptada por la Derecha, descartada por la Izquierda


Muchos de nosotros sentimos que nos han robado la fe, y es hora de recuperarla. En particular, ha habido una enorme representación pública errónea del cristianismo. Y, gracias a una casi uniforme percepción errónea de los medios, muchos en todo el mundo ahora piensan que la fe cristiana respalda compromisos políticos que son casi lo contrario de su verdadero significado. ¿Cómo llegó la fe en Jesús a conocerse como pro-ricos, pro-guerra y sólo pro-estadounidense? ¿Qué ha ocurrido aquí? ¿Y cómo volvemos a una fe histórica, bíblica y auténticamente evangélica, rescatada de sus distorsiones contemporáneas? Esta operación de rescate es aún más crucial hoy, a la luz de una crisis social que se profundiza y clama por una religión más profética.


Por supuesto que nadie puede robarle su fe personal; eso está entre usted y Dios. El problema es en la arena política, donde hay voces estridentes que afirman representar a los cristianos cuando claramente no hablan por la mayoría de nosotros. Es hora de recuperar nuestra fe en la arena pública, especialmente en un tiempo en que se necesita desesperadamente un testimonio social más auténtico.


La Derecha religiosa y política confunde en general el significado público de la religión, prefiriendo centrarse sólo en temas sexuales y culturales mientras pasa por alto los temas más sustanciosos de la justicia. Y la Izquierda secular no parece entender para nada el significado y la promesa de la fe para la política, descartando erróneamente la espiritualidad como irrelevante para el cambio social. Ocurre que yo soy conservador en temas de responsabilidad personal, el carácter sagrado de la vida humana, la realidad del mal en nuestro mundo, y la importancia crítica del carácter individual, el trabajo de los padres y fuertes “valores familiares”. Pero las presentaciones populares de la religión en nuestro tiempo (especialmente en los medios) ignoran casi por completo la visión bíblica de la justicia social y, aun peor, descartan dichas preocupaciones como meramente “de izquierda”.


Ciertamente es hora de recuperar nuestra fe.


¿Recuperar nuestra fe de quiénes? Para ser sincero, la confusión surge de muchas fuentes. De derechistas religiosos que dicen conocer las ideas políticas de Dios en cada tema, y luego pasan por alto los temas en los que Dios parece más interesado. De sacerdotes pedófilos y obispos encubridores que destruyen vidas y avergüenzan a la iglesia. De predicadores televisivos cuyos estilos de vida extravagantes y groseras tácticas de recaudación de fondos avergüenzan a tantos cristianos. De secularistas liberales que quieren desterrar la fe de la vida pública y niegan valores espirituales al alma de la política. Y aun de teólogos liberales cuya conformidad cultural y credos modernos sirven para erosionar los fundamentos de la fe bíblica histórica. De filósofos de la Nueva Era que quieren convertir a Jesús en un gurú espiritual inofensivo. Y de políticos a los que les encanta decir lo religiosos que son pero no aplican en lo más mínimo los valores de la fe a su liderazgo público y a sus políticas.


Es hora de reafirmar y reclamar la fe del evangelio, especialmente en nuestra vida pública. Cuando lo hacemos, descubrimos que la fe desafía a los poderes existentes a hacer justicia por los pobres en vez de predicar el “evangelio de la prosperidad” y apoyar a políticos que enriquecen aún más a los ricos. Recordamos que la fe odia la violencia y busca reducirla, y hace una argumentación fundamental contra la guerra, en vez de justificarla en nombre de Dios. Vemos que la fe crea comunidad a partir de las divisiones raciales, de clase y de género y prefiere la comunidad internacional por sobre la religión nacionalista, y vemos que “Dios bendiga a Estados Unidos” no se encuentra en ninguna parte de la Biblia. Y se nos recuerda que la fe considera que temas como el carácter sagrado de la vida y los vínculos familiares son tan importantes que nunca deberían usarse como símbolos ideológicos o meros peones políticos en la guerra partidaria.


A los medios les gusta decir: “Ah, entonces usted debe ser de la Izquierda religiosa, ¿no es cierto?”. No, de ninguna forma, y la pregunta misma es el problema. Sólo porque la Derecha religiosa ha adoptado para el poder político una vestimenta ideológica completamente predecible no significa que todos quienes cuestionan esta seducción política deben ser su contraparte político opuesto. La mejor contribución pública de la religión es precisamente no ser predecible ideológicamente ni ser leal a un partido. Plantear siempre los temas morales de los derechos humanos, por ejemplo, desafiará tanto a gobiernos de izquierda como de derecha que ponen el poder por encima de los principios. La acción religiosa está arraigada en un lugar mucho más profundo que los “derechos”, y ese lugar es la imagen de Dios en cada ser humano.

Similarmente, cuando los pobres son defendidos con fundamentos morales o religiosos, ciertamente no es una “guerra de clases”, según la acusación frecuente de los ricos, sino más bien una respuesta directa al enfoque abrumador de las Escrituras, que afirman que los pobres son en general desestimados, explotados y oprimidos por la elites ricas, los gobernantes políticos y las poblaciones acomodadas indiferentes. Esas Escrituras no avalan simplemente los programas sociales de los liberales o de los conservadores, sino que dejan en claro que la pobreza es ciertamente un tema religioso, y que el fracaso de los líderes políticos en ayudar a levantar a los pobres será juzgado como una falla moral.


Es precisamente debido a que la religión toma el problema del mal tan seriamente que siempre debe sospechar del exceso de poder concentrado –político o económico–, sea en regímenes totalitarios o en enormes corporaciones multinacionales que ahora tienen más riqueza y poder que muchos gobiernos. Ciertamente es nuestra teología del mal que hace que seamos fuertes proponentes de la democracia tanto política como económica, no porque la gente sea tan buena sino porque a menudo no lo es, y necesita claras salvaguardas y fuertes sistemas de contrapeso para evitar peligrosas acumulaciones de poder y riqueza.


Es por esto que dudamos de la bondad de todas las superpotencias y la justicia de los imperios en cualquier era, especialmente cuando sus afirmaciones de inspiración y éxito invocan la teología y el nombre de Dios. Considerando las tendencias humanas al poder militar y político para el autoengaño y la mentira, ¿es de extrañar que difícilmente haya un solo cuerpo religioso en el mundo que considere “justa” la ética de la guerra unilateral y preventiva? La sabiduría religiosa sugiere que, cuanto más abrumador el poder militar, más peligrosa es su capacidad de engaño propio y público. Si el mal en este mundo es profundamente humano y muy real –y las personas religiosas creen que lo es–, simplemente no tiene sentido espiritual sugerir que todo el mal está “allá afuera”, con nuestros adversarios y enemigos, sin nada “aquí adentro”, con nosotros, entremezclado en nuestras propias actitudes, comportamientos y políticas. Las naciones poderosas afirman peligrosamente “librar al mundo del mal”, pero a menudo hacen enormes daños en su vocación autodesignada.


La pérdida de la vocación profética de la religión es terriblemente peligrosa para cualquier sociedad. ¿Quién sostendrá la dignidad de los marginados económicos y políticos? ¿Quién cuestionará la arrogancia moral de las naciones y sus líderes? ¿Quién el recurso a la violencia y el apresuramiento para ir a la guerra mucho antes de que haya demostrado ser inequívocamente el último recurso? ¿Quién no permitirá que el nombre de Dios sea usado simplemente para justificarnos, en vez de llamarnos a rendir cuentas? ¿Y quién amará a las personas lo suficiente como para cuestionar sus peores hábitos, sus entretenimientos más groseros y sus abandonos egoístas?


La religión profética siempre plantea la cuestión del bien común. Por cierto, la pregunta: “¿Qué ocurrió con el bien común?” debe ser un refrán religioso constante dirigido a partidarios políticos cuya búsqueda implacable de poder y riqueza hace que olviden repetidamente la “mancomunidad”. Ese bien común siempre debe ser construido a partir de las fuentes más profundas de nuestra responsabilidad personal y también social junto con la insistencia absoluta en nunca separarlas.


Siempre me asombra la discusión sobre la pobreza, donde un lado cita la necesidad de cambios en los comportamientos personales y el otro, la necesidad de mejores programas sociales, como si ambas fueran mutuamente excluyentes. Cuando los ideólogos partidistas de ambos lados plantean esta absurda bifurcación me convenzo rápidamente de que ninguno ha vivido o trabajado remotamente cerca de la pobreza o de los pobres. Que hay comportamientos que arraigan más y aun causan la pobreza es incuestionable, como lo es el poder innegable de los sistemas y estructuras para institucionalizar la injusticia y la opresión. Juntas, la responsabilidad personal y la responsabilidad social crean el bien común. Porque conocemos estas realidades como hechos religiosos, enseñados en nuestras Escrituras sagradas, las comunidades religiosas las pueden enseñar a quienes aún están buscando más culpas que soluciones para los acuciantes problemas sociales.


Pero recuperar la fe de los profetas bíblicos y Jesús no tiene que ver solo con la política; también modela la forma en que vivimos nuestras vidas personales y comunitarias. ¿Cómo vivimos una fe cuya manifestación social es la compasión y cuya expresión pública es la justicia? ¿Y cómo criamos nuestros hijos según estos valores? Esta podría ser la batalla más importante de formación espiritual en nuestros tiempos, según estoy descubriendo personalmente como nuevo padre. Nuestras congregaciones religiosas no fueron hechas para ser organizaciones sociales que meramente reflejan los valores de la cultura más amplia, sino dinámicas comunidades contraculturales cuyo propósito es remodelar vidas y sociedades. Esa realización tal vez tenga la mayor capacidad para transformar tanto la religión como la política.


Contendemos hoy con fundamentalistas religiosos y seculares, ninguno de los cuales debe salirse con la suya. A un grupo le gustaría imponer las doctrinas de una teocracia política a sus conciudadanos, mientras que al otro le gustaría privar a la arena pública de valores morales y espirituales necesarios generalmente moldeados por la fe. En una cultura política y de medios que fuerza todo dentro de sólo dos opciones, izquierda y derecha, las personas religiosas deben rehusar la categorización ideológica y más bien construir puentes entre personas de buena voluntad tanto en el campo liberal como conservador. Debemos insistir en las profundas conexiones entre la espiritualidad y la política mientras defendemos los límites adecuados entre la iglesia y el estado que protegen a las minorías religiosas y no religiosas y nos mantienen a salvo de la religión controlada por el estado. Podemos demostrar nuestro compromiso con la democracia pluralista y apoyar la legítima separación entre iglesia y estado sin segregar los valores morales y espirituales de nuestra vida política.


Ni el fundamentalismo religioso ni el secular pueden salvarnos, pero un nuevo avivamiento espiritual que encienda una profunda conciencia social puede transformar nuestra sociedad. Los movimientos ciertamente cambian la historia, y los más fuertes son aquellos que cuentan con un fundamento espiritual. Lo más importante es el poder espiritual de la esperanza, que puede ser lo único que puede terminar por vencer nuestro cinismo tan caractarística. Esperanza versus cinismo es la elección moral y política clave de nuestro tiempo. Este libro trata de la política de la esperanza.


La elección de 2004


Durante cada semana de la campaña de 2004 tuve entrevistas con periodistas que iniciaban la conversación diciendo: “Estoy escribiendo un artículo sobre la religión y la elección”. Y la religión resultó ser uno de los factores críticos de la elección.

Esto quedó demostrado por una historia de la Radio Pública Nacional a mediados de septiembre de 2004 acerca de una votante sin lealtad partidaria de Virginia del Oeste. Ya en la séptima década de su vida, esta mujer había votado en cada elección desde que tenía veintiún años. Pero esta vez se sentía más conflictuada que nunca. Le dijo al periodista que pensaba que la guerra de Irak era un error y se estaba convirtiendo en un verdadero lío. “No deberíamos haber ido a Irak”, dijo. “Siento que Bush nos llevó a esto”. Pero dijo que le gustaba la forma en que Bush habla de su cristianismo e incorpora la fe en lo que está haciendo. Por otra parte, “Hemos perdido muchos puestos de trabajo en Virginia del Oeste”, dijo, y eso la llevaba a inclinarse lejos de su presidente de nuevo. Pero entonces dijo que coincidía con él acerca del matrimonio de homosexuales y el aborto. Sus conflictos ejemplifican los temas de política y culturales que definieron esta campaña.


Cuando los periodistas comenzaban a decir que los temas religiosos de esta elección eran el aborto y el matrimonio de homosexuales, yo corregía frecuentemente la percepción estrecha que reduce toda la ética y valores cristianos a uno o dos temas sociales candentes. Hablé de cómo la pobreza, el medio ambiente, la guerra en Irak y nuestra respuesta al terrorismo tenían que ver con valores religiosos y morales clave que eran importantes para las personas de fe. Esa perspectiva más amplia siempre tenía sentido para los periodistas, y sus artículos asumían una visión más amplia de los temas en juego.


La cobertura de la religión y la política ha empezado a cambiar. Algunos periodistas reconocieron sinceramente que sólo acostumbraban cubrir lo que la Derecha religiosa tenía que decir acerca de la política, porque eran las voces más estridentes. Pero este año los medios vieron más voces religiosas moderadas y progresistas con mucha más visibilidad e impacto, así que algunos miembros de la prensa querían ofrecer una cobertura más equilibrada.


Probablemente ayudó mucho la exitosa declaración y campaña publicitaria de Sojourners: “Dios no es republicano. Ni demócrata”. Sugería que respaldar candidatos políticos está muy bien, pero no “ordenarlos”, como algunos líderes de la Derecha religiosa que designaron a George W. Bush como “el candidato de Dios” en esta elección y declararon que los verdaderos cristianos sólo debían votar por él. Simplemente dejar en claro que habría buenas personas de fe votando tanto por George Bush como por John Kerry en esta elección por razones profundamente arraigadas en su fe fue una declaración importante. También cuestionó directamente el voto de un solo tema que surge de reducir todos nuestros valores religiosos morales a sólo uno o dos temas, y decía que todos los candidatos debían ser examinados midiendo sus políticas contra el espectro completo de la ética y los valores cristianos. En esa lista más amplia y profunda de valores religiosos y morales figuraban la pobreza, el medio ambiente, la guerra, decir la verdad, los derechos humanos, nuestra respuesta al terrorismo y una “ética coherente de la vida humana” que incluía el aborto, pero también la pena capital, la eutanasia, las armas de destrucción masiva, VIH/SIDA y otras pandemias, y el genocidio en todo el mundo. Desde la publicación del anuncio en agosto en New York Times el primer día de la Convención Nacional Republicana hasta su aparición el fin de semana previo a la elección en USA Today, con publicaciones en más de cincuenta diarios locales en ciudades y universidades en medio (a menudo por iglesias y grupos de estudiantes locales), la campaña “Dios no es un republicano o un demócrata” creó un diálogo vital y riguroso en todo el país dentro de la comunidad religiosa y más allá, y se volvió una importante discusión en los medios.


Las diferencias en cómo las campañas y los candidatos trataron el tema de la religión en el año electoral 2004 fueron muy marcadas. La Convención Republicana parecía en ocasiones un “culto de adoración”, según la escritora de religión Amy Sullivan, especialmente antes de la cobertura televisiva en horario pico. El principal estratega político de la campaña de Bush, Karl Rove, no ocultó su intención de buscar agresivamente los votantes religiosos conservadores. Pero, al hacerlo, el equipo de reelección de Bush sobrepasó seriamente los límites correctos entre iglesia y estado al sugerir “deberes” religiosos que incluían entregar listas de miembros de congregaciones a los partidos republicanos locales. Esto ofendió aun a miembros de la propia base religiosa de Bush, como Richard Land de los Bautistas del Sur, que dijo que esta clase de actividades partidarias eran “inapropiadas” y que estaba “pasmado”, una crítica sincera y honorable. En los mailings a las iglesias en algunos estados, el Comité Nacional Republicano sugería que los liberales (léase demócratas) prohibirían la Biblia y aceptarían el matrimonio de homosexuales si fueran a ganar.


Jamás vi un comportamiento tan escandaloso de parte un partido político para tratar de manipular la religión para sus propios fines mientras le faltaba el respeto a la fe de millones de otros creyentes que no están de acuerdo con el programa político republicano. ¿Qué dicen esas tácticas acerca del respeto de los republicanos por las iglesias negras, cuando el voto del estadounidense africano fue, nuevamente, casi 90 por ciento para los demócratas? ¿Tiene algo malo su fe? Las iglesias negras, ¿prohíben la Biblia? Los republicanos prácticamente dicen ser los dueños de la religión. Y los demócratas aún no parecen saber cómo recuperar la fe.


Si los republicanos se excedieron en sus esfuerzos religiosos, los demócratas se quedaron cortos en su empeño por ser más amistosos con la religión que en el pasado reciente. Si hubieran escuchado más cuidadosamente las voces religiosas tanto dentro como fuera de la campaña de Kerry, habrían recibido más ayuda estratégica y capacidad pública al hablar directamente acerca de los temas importantes de la religión en la política y al buscar ampliar su definición en esta campaña de elección.


En honor a la verdad, los demócratas, tanto en su convención como en su campaña, sí intentaron ofrecer una nueva puerta abierta a la comunidad religiosa de formas importantes, y Kerry comenzó a hablar acerca de cómo su propia fe influía en sus valores. Pero el candidato demócrata podría haber hecho mucho más para hablar a públicos religiosos, hablar a la prensa religiosa y redefinir los temas religiosos en juego en esta campaña alejándose de sólo el aborto y la Eucaristía, e incluyendo la pobreza y la guerra. Los demócratas deberían estar mucho más dispuestos a usar el lenguaje moral y religioso en defensa de la equidad económica y la justicia. Pero no deberían cometer el mismo error que los republicanos al tratar de cooptar a líderes y comunidades religiosos para su programa político. Tampoco deberían sugerir que las personas religiosas tengan una influencia exclusiva en el tema de la moralidad, sin respetar a millones de estadounidenses que tienen profundas preocupaciones morales por el destino de su país, pero ninguna filiación religiosa. El tema aquí no es la religiosidad en sí misma, sino más bien la brújula moral que un líder político o partido trae a la vida pública. La religión suele ser un factor crítico para crear esa brújula, por lo que es una discusión de campaña válida, pero sin duda la fe no es el único tema. Pero, como se lamentó ante mí un demócrata frustrado luego de la elección, “Mi partido todavía le teme a la palabra “D”.


Los incipientes intentos de los demócratas por alcanzar a la comunidad religiosa y contrarrestar la ahora tristemente célebre “brecha de Dios” entre los dos partidos han sido pasos en la dirección correcta. Pero, con su pérdida en noviembre, hay pocas dudas de que el Partido Demócrata deberá moverse con mucha mayor determinación para abrazar las comunidades y preocupaciones religiosas, para usar un lenguaje moral y religioso para promover la reforma social, y para aprender de las lecciones de movimientos religiosos progresistas en la historia estadounidense al promover su programa para el futuro. En gran parte, el deseo de afirmar una religión progresista proviene de funcionarios electos demócratas espiritualmente devotos que sienten que no han sido respetados, no sólo por los republicanos sino por personas dentro de sus propias filas políticas.


¿Qué tenía que decir la religión progresista acerca de esta elección?


Los conservadores religiosos y políticos a menudo plantean los temas del aborto y el matrimonio de homosexuales. He discrepado claramente con los demócratas acerca del aborto, ya que creo que los cristianos pueden ser a la vez progresistas y pro-vida. He instado a los demócratas a ser mucho más respetuosos y abiertos ante demócratas pro-vida. Algún día, un demócrata inteligente encontrará la forma en que personas pro-elección y pro-vida puedan unirse en medidas concretas para reducir dramáticamente la tasa de abortos centrándose en el embarazo de adolescentes, la reforma de las adopciones y un apoyo real de mujeres de bajos ingresos. Eso sería muy superior a que ambos lados tomen el tema como una pelota de fútbol política y una prueba determinante política durante las elecciones para luego hacer poco al respecto. También he afirmado fuertemente la importancia crítica de fortalecer el matrimonio y la familia y de apoyar a los padres en la tarea más difícil e importante de nuestra sociedad, pero también he apoyado los derechos civiles para los homosexuales y la protección legal para parejas del mismo sexo.


Si los demócratas pudieran aprovechar la oportunidad de una derrota política para realmente reevaluar su lenguaje y estilo, la forma en que expresan moralmente temas de política pública, y su desconexión cultural con demasiados estadounidenses, incluyendo muchas personas de fe, podrían transformar el discurso político. Pero esto requerirá una seria reevaluación. Y si además están dispuestos a reexaminar sus posiciones sobre algunos temas culturales/morales en los que los republicanos les ganaron en 2004, podrían prácticamente cambiar el paisaje político. Si pudieran ser persuadidos tanto por el buen sentido político como por sólidos valores morales a moderar algunas de sus posiciones volviéndose antiaborto sin criminalizar una decisión agonizante y desesperada, y ser pro-familia sin ser antihomosexual, cambiarían la política en Estados Unidos al dar permiso a millones de votantes que votarían naturalmente por ellos si no fuera por la brecha cultural y moral que sienten con el lenguaje y la política demócratas.


Pero hubo dos temas en el año electoral 2004 que más tironearon mi corazón, preocuparon mi conciencia cristiana y me obligan a una ciudadanía y un discipulado fieles. El primero es la pobreza; el segundo es la guerra.


Cuando comenzó la administración Bush, me uní a un pequeño grupo de líderes religiosos para encontrarme con el presidente electo en Austin, Texas. En su favor diré que George W. Bush invitó tanto a quienes habían votado por él como a quienes habían votado en contra. Lo instamos a comprometerse con una meta concreta y medible en la batalla contra la pobreza, como reducir la pobreza infantil a la mitad en diez años, como había prometido el gobierno laborista británico bajo Tony Blair. Pensaba que un presidente republicano, en nombre del conservadurismo compasivo, podría hacer un nuevo avance en el tema crítico de la pobreza, algo así como cuando Nixon fue a China. Le dije que debería sorprender a todos con un agresivo programa antipobreza. Yo apoyé la iniciativa basada en la fe del presidente, para disgusto de amigos demócratas, pero desde el principio de la presidencia de Bush muchos de nosotros hemos tenido un mensaje consistente: deben comprometerse recursos significativos para una seria reducción de la pobreza, no sólo en una iniciativa basada en la fe, sino especialmente en decisiones de presupuesto, políticas impositivas y prioridades de gastos.


Dos años después, una declaración organizada por Call to Renewal y firmada por treinta y cuatro líderes cristianos de todo el espectro teológico y político concluyó, tristemente, que el presidente no había pasado la prueba de los recursos y las prioridades, lo cual hacía que continuar nuestro apoyo a su iniciativa basada en la fe fuera cada vez menos sostenible. Sin los recursos y las políticas para reducir seriamente la pobreza, la iniciativa basada en la fe se convirtió en palabras sin respaldo, fe sin obras. Una iniciativa basada en la fe podría haberse hecho de otra forma, con los recursos y políticas para respaldarla, pero ha resultado ser una gran desilusión, con fallas de política como la denegación de créditos tributarios para hijos de familias de bajos ingresos que hubiera llevado a los profetas bíblicos al jardín de la Casa Blanca.


Otras prioridades eran simplemente más importantes para la administración Bush que la reducción de la pobreza. Los recortes de impuestos que beneficiaron mayormente a los ricos eran más importantes, la guerra de Irak era más importante y la seguridad de la patria era más importante, todos sin el reconocimiento clave de cómo la pobreza, la desesperanza, la inestabilidad familiar y la desintegración social minan nuestra seguridad nacional. Un presupuesto basado en beneficios inesperados para los ricos y duros cortes para familias y niños pobres es un presupuesto que no es bíblico. Las buenas personas que han conducido la oficina de la iniciativa basada en la fe de la Casa Blanca claramente no eran quienes tomaban las decisiones de políticas y presupuestos en la administración Bush. Un resultado de la falta de liderazgo de la Casa Blanca ha sido el incremento constante de la cantidad de personas, familias y niños que viven en la pobreza en cada uno de los últimos tres años, según el informe del Censo de EE.UU. 2003. Y este es un tema religioso.


En su discurso ante la Convención Republicana 2004, el presidente habló de muchos temas importantes: reforma y oportunidad educativa, seguridad en el cuidado de la salud, capacitación para el trabajo, apoyo para familias y barrios de bajos ingresos. Había nuevas y prometedoras direcciones en su noción de “una sociedad de dueños”, que se centra en cosas como créditos impositivos, igualdad educativa y propiedad de viviendas para familias de bajos ingresos como una alternativa a depender sólo de programas de asignación.


En un artículo de agosto de 2004 en New York Times Magazine, el escritor conservador David Brooks trazó una visión para un “republicanismo progresista” que contiene un claro papel para la acción positiva del gobierno para hacer que el trabajo realmente funcione para familias de bajos ingresos, con toda una gama de suplementos salariales y creación de riqueza para familias trabajadoras pobres. Hubo señales de esta visión en el discurso de Bush. Pero el presidente no habló de cómo su prioridad doméstica central –hacer permanentes sus cortes de impuestos que benefician más a los ricos– simplemente no permitiría estas iniciativas del gobierno debido a la falta de recursos. La visión de Brooks nunca será posible si los republicanos se ajustan a su característica ideología antigobierno que es tan renuente a gastar dinero para reducir la pobreza. El presidente no ha cambiado esa mentalidad, sino más bien se ha sometido a ella. Hasta que cambie esa política, los pobres seguirán sufriendo.


Por lo que he oído acerca de George W. Bush (incluyendo pequeñas reuniones y conversaciones personales que he tenido con él), creo que su fe es a la vez personal y real. Y también creo que tiene un corazón genuinamente preocupado por los pobres. Pero creo que el presidente adolece a menudo de mala teología. Sobre el tema de la pobreza, Bush cree en un Dios de caridad, pero no en un Dios de justicia. Y, luego del 11 de septiembre, la teología de George Bush se volvió mucho peor y mucho más peligrosa.


El corazón y la pasión del discurso del presidente Bush y de toda la Convención Republicana fue una resonante defensa de la guerra al terrorismo y en Irak de la administración Bush, junto con un ataque al candidato demócrata como demasiado débil, indeciso e inepto para comandar, reforzado por los anuncios (Swift Boat) atacando el historial de John Kerry en Vietnam.


En el furioso debate de agosto de 2004 sobre ese tema, la prensa terminó por escrutar la credibilidad y la precisión de esos ataques contra el servicio militar de Kerry (cuando el daño ya había sido causado), pero mayormente se abstuvo de la cuestión más polémica acerca de Vietnam: si la guerra fue fundamental y básicamente errónea y caracterizada por la comisión habitual de crímenes de guerra. Eso fue lo que el joven y condecorado oficial naval John Kerry dijo cuando testificó ante el Congreso al volver de la guerra. Yo era un joven organizador antiguerra entonces. Sigo diciendo hoy, treinta años después, que lo que él dijo acerca de Vietnam era cierto entonces y sigue siendo cierto hoy, y que fue la hora más brillante de John Kerry.


Pero la elección mostró que nuestro país sigue estando polarizado por Vietnam y ahora está polarizado nuevamente por otra guerra. No hay ningún desacuerdo en Estados Unidos sobre la necesidad de proteger a nuestras familias, nuestra nación y al mundo del terrorismo y que esta brutal y, sí, malvada violencia terrorista debe ser derrotada. Pero si esa meta y nuestra seguridad nacional fueron fomentadas o si fueron dañadas seriamente por la guerra de Irak es indudablemente la verdadera y divisiva cuestión. Nadie estaba dispuesto a aceptar la palabra de un “loco” –como el presidente caricaturizó a su oponente de la guerra–, pero muchos de nosotros, incluyendo casi cada importante cuerpo cristiano del mundo, creíamos que esta “guerra elegida” era innecesaria e injusta.


Aun como oponente de la guerra, encontré que la parte más conmovedora del discurso de Bush en la convención fueron las historias de sus tiempos con familias de militares que habían perdido a sus preciosos seres queridos. Estas pérdidas son desgarradoras para todos nosotros (como debería serlo también la pérdida de vidas iraquíes). Pasar tiempo con quienes han perdido un hermano, un hijo, una hija, un padre o madre, un esposo o esposa, ha sido una experiencia desgarradora para mí también. Pero la pregunta más lacerante es si esas muertes no fueron trágicamente innecesarias.


El Congreso votó para dar al presidente la autoridad para ir a la guerra, y el presidente malusó y abusó de esa autoridad en la razón, el momento y la forma en que llevó a Estados Unidos a la guerra. Ahora estamos en un verdadero lío y no se le debería permitir a George W. Bush salirse con la suya con las decepciones, incompetencia y consecuencias de esta guerra terrible. La guerra de Irak estuvo mal desde el inicio. Un presidente cristiano pasó por alto la convicción de la vasta mayoría de cristianos del mundo de que la guerra de Irak era un error y que había un camino mejor, una forma más eficaz y moralmente consistente de combatir el terrorismo.


La guerra de Bush en Irak es el comienzo de una estrategia a largo plazo de guerras preventivas y política extranjera estadounidense mayormente unilateral que es a la vez errónea y terriblemente peligrosa para el futuro. Mi hijo mayor tiene seis años, y mi otro hijo, casi dos. Si continúa el curso actual de Estados Unidos, estarán enfrentando guerras interminables en sus vidas, tal vez todavía en Irak y quién sabe dónde más. Muchos estadounidenses creen que hay un camino mejor, incluyendo muchas personas de fe.


El problema político de Jesús


Participo en muchos programas de radio, especialmente charlas radiales, desde radios cristianas evangélicas y católicas a radios gospel negras, Radio Pública Nacional, charlas radiales drive-in, la liberal Air America y la izquierdista radio Pacifica. Estaba en una entrevista en Air America un día cuando el entrevistador Al Franken me preguntó acerca de Jesús. Me dijo que él era judío, aunque no practicante ni especialmente devoto, pero lo que lo tenía sinceramente perplejo era cómo algunas personas podían pensar que Jesús podría alguna vez apoyar recortes impositivos para los ricos mientras que los pobres veían sus magros recursos reducidos tan dramáticamente. Simplemente no lo entendía. Y muchos tampoco lo entienden.


Almorcé un día con el presidente de una importante compañía sin fines de lucro proveedoras de viviendas para pobres que me volvió a hacer la pregunta, diciendo: “Soy un lector del Nuevo Testamento, y simplemente no entiendo cómo un programa económico de derecha puede encajar con las claras enseñanzas de Jesús sobre la riqueza y la pobreza en Mateo, Marcos, Lucas y Juan”.


Ese es el problema del programa económico y político de la Derecha religiosa: la mayoría de las personas saben lo que Jesús dijo acerca de estas cosas, sean cristianas o no. Y la conformidad de muchos líderes evangélicos conservadores con la Derecha política y su programa que favorece a los ricos por sobre los pobres y la clase media simplemente no tiene sentido para ellos. Saben que Jesús no era pro-ricos, pro-guerra y sólo pro-estadounidense, como dije al principio de este capítulo. Así que se preguntan: ¿por qué tantos evangélicos conservadores hacen caso omiso a la enseñanza de Jesús? ¿Por qué grupos de “valores familiares” apoyan el programa económico de derecha republicano cuando afecta a tantas familias de bajos ingresos? ¿Y cómo algunos pueden siquiera afirmar que Dios es pro-guerra? A la mayoría de las personas no les cierra, porque saben que Jesús estaba del lado de los pobres y de la causa de la paz. La política de Jesús es un problema para la Derecha religiosa.


Jesús dijo: “Bienaventurados los pobres” e inauguró su propio ministerio proclamando: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres. Me ha enviado para proclamar libertad a los presos y dar vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos, para proclamar el año del favor del Señor” (que era una referencia bíblica directa al Año del Jubileo en las Escrituras hebreas donde, periódicamente, las deudas de los pobres eran canceladas, los esclavos eran liberados y la tierra era redistribuida en aras de la equidad). Personas como Bono, el cantante principal de U2, ven la pertinencia contemporánea de estas Escrituras para temas como la pobreza global y la pandemia de VIH/SIDA en África, al igual que muchos de sus jóvenes seguidores, así que ¿por qué no lo ven otros? En el capítulo veinticinco de Mateo, Jesús habla de los hambrientos, los sin techo, los extranjeros, los prisioneros y los enfermos, y promete confrontar a todos sus seguidores el día del juicio con estas palabras: “Todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por mí”. James Forbes, pastor de Riverside Church, Nueva York, concluye a partir del texto que: “¡Nadie llega al cielo sin una carta de referencia de los pobres!”. ¿Cuántos de los predicadores televisivos más famosos de Estados Unidos podrían exhibir esa carta?


En un mundo de violencia y de guerra, las palabras de Jesús, “Bienaventurados los pacificadores, porque serán llamados hijos de Dios”, no sólo son desafiantes, sino intimidantes. El dicho más duro de Jesús y tal vez el más polémico en nuestro mundo posterior al 11 de septiembre podría ser: “Amen a sus enemigos, oren por sus perseguidores”. Seamos sinceros: ¿Cuántas iglesias de Estados Unidos han escuchado sermones predicados desde cualquiera de estos textos de Jesús en los años desde que el país fue atacado brutalmente en esa mañana de septiembre que cambió el mundo? ¿No deberíamos al menos tener un debate acerca de lo que significan las palabras de Jesús en el nuevo mundo de amenazas terroristas y guerras preventivas?


Jesús es ajeno a las fronteras nacionales o las preferencias nacionales. El cuerpo de Cristo es internacional, y la lealtad de los cristianos a la iglesia siempre debe estar por encima de sus identidades nacionales. Las palabras de Jesús funcionan como una valla virtual a la pretensión de cualquier nación de racionalizar y santificar la preferencia por la guerra. La instrucción de Jesús de ser pacificadores lleva a alternativas no violentas a la guerra o, al menos, a una aplicación rigurosa de los principios de la iglesia sobre la guerra justa.


Cristo nos ordena no sólo ver la astilla en el ojo de nuestro adversario sino también las vigas en nuestros propios ojos, que a menudo obstruyen nuestra propia visión. Nombrar el rostro del mal en la brutalidad de los ataques terroristas es buena teología, pero decir que ellos son malos y nosotros somos buenos es mala teología que puede conducir a una política exterior peligrosa. La autorreflexión no debería brindar ninguna excusa para la violencia terrorista, pero es crucial para derrotar el programa de los terroristas. Cristo nos instruye que amemos a nuestros enemigos, lo cual no significa someternos a sus programas hostiles o permitir su dominación, pero sí significa tratarlos como seres humanos creados también a la imagen de Dios y respetar sus derechos humanos como adversarios y aun como prisioneros. Y Cristo nos llama a la confesión y a la humildad, que no nos permiten decir que si hay personas y naciones que no apoyan todas nuestras políticas deben estar del lado de los practicantes del mal.


O las palabras de Cristo tienen autoridad para los cristianos, o no la tienen. Y no quedan a un costado por las amenazas muy reales del terrorismo. No se prestan fácilmente a las misiones de los estados-naciones que quieren usurpar las prerrogativas de Dios. La amenaza del terrorismo no trastoca la ética cristiana.


Además, está en discusión aquí la política del temor. Jesús dijo: “No teman”, una actitud que podría minar toda la base de nuestra política exterior actual. Las campañas de temor eficaces cooptan a las personas ansiosas, creyentes y no creyentes por igual, y podrían llevar a nuestra nación y a nuestro mundo a décadas de guerras preventivas, unilaterales y virtualmente interminables, a pesar de las claras advertencias de las propias palabras de Jesús.


El tema aquí no es la política partidaria, y no hay ninguna solución política fácil. El partido gobernante ha imprimido cada vez más un tono religioso a una política exterior agresiva que parece mucho más nacionalista que cristiana, mientras que el partido de la oposición ha ofrecido más confusión que claridad. En cualquier elección escogemos entre opciones muy imperfectas. Sin embargo, siempre es importante examinar lo que está en juego, teológicamente y en oración.


Este análisis entre evangélicos quedó claro en 2004 Evangelical Call to Civic Responsibility (Llamado a la responsabilidad cívica evangélica 2004), un llamado a la acción social sin precedentes de la Asociación Nacional de Evangélicos. En contraste con la era de Jerry Falwell y Pat Robertson, los evangélicos están mostrando ahora un liderazgo moral en la lucha contra la pobreza global, el VIH/ SIDA, el comercio de humanos y la sostenibilidad de la tierra de Dios.


Estos cambios representan tanto una reacción contra el partidismo abierto como un deseo de aplicar la ética cristiana a un conjunto más amplio de temas. Muchas personas de fe se han cansado de los intentos de la Derecha religiosa de reducir la prueba moral determinante al aborto y el matrimonio de homosexuales. Por ejemplo, cuando se les preguntó a votantes potenciales en una encuesta de 2004 si preferían escuchar la posición de un candidato sobre la pobreza o el matrimonio de homosexuales, el 75 por ciento escogió la pobreza. Sólo el 17 por ciento escogió el matrimonio de homosexuales. Toda lectura seria de la Biblia apunta a la pobreza como un tema religioso, y los votantes cristianos siempre deberían preguntar a los candidatos cómo tratarán a “el más pequeño de mis hermanos”. La mayordomía de la tierra de Dios es claramente una cuestión de ética cristiana. Decir la verdad es también un tema religioso que debería ser aplicado a la fundamentación de un candidato para la guerra, los recortes impositivos o cualquier otra política, al igual que la humildad para evitar la terminología de “imperio justo”, que confunde demasiado fácilmente los papeles de Dios, la iglesia y la nación.


La guerra, por supuesto, es también un tema profundamente teológico. La opinión casi unánime de los líderes religiosos en todo el mundo de que la guerra de Irak no cumplía con los criterios de “guerra justa” es un problema para muchos cristianos, especialmente teniendo en cuenta que las advertencias de los líderes religiosos han demostrado ser profética y trágicamente correctas. Las “plagas de la guerra”, como el Papa ha llamado los continuos problemas en Irak, son en parte consecuencia de que un “presidente cristiano” simplemente no escuchara el consejo de líderes religiosos que intentaron hablar a la Casa Blanca. ¿Qué ha ocurrido con la “ética de vida consistente” sugerida por la enseñanza social católica, que habla contra el aborto, la pena capital, la pobreza, la guerra y una amplia gama de abusos de derechos humanos que son respetados demasiado a menudo en forma selectiva por los defensores pro-vida?


La dominación de la Derecha religiosa en los debates públicos acerca de valores ha sido impulsada en parte por los medios que siguen dando tiempo de aire a las voces religiosas más estridentes, en vez de las más representativas, dejando a millones de cristianos y otras personas de fe sin una opinión en el debate sobre los valores. Pero esto está empezando a cambiar en la medida que voces de fe progresistas y proféticas están hablando con una confianza y una urgencia moral no vistas durante veinte años. Movilizados por el sufrimiento humano en muchos lugares, grupos motivados por la conciencias social moral (incluyendo a muchos evangélicos no representados por la Derecha religiosa) han encontrado una nueva capacidad en sus esfuerzos por combatir la pobreza, las guerras destructivas, las violaciones de derechos humanos, pandemias como el VIH/SIDA y el genocidio en lugares como Sudán.


En política se tienen en cuenta los mejores intereses del país cuando se escucha la voz profética de la religión, desafiando tanto a la Derecha como a la Izquierda desde un terreno moral coherente. Los cristianos evangélicos del siglo XIX combinaron el avivamentismo con la reforma social, y ayudaron a liderar movimientos por la abolición de la esclavitud y a favor del sufragio femenino, sin mencionar el movimiento basado en la fe que precedió directamente el surgimiento de la Derecha religiosa: el movimiento de derechos civiles estadounidense liderado por las iglesias negras.


Lo cierto es que los movimientos más importantes a favor del cambio social en Estados Unidos han sido alimentados por la religión, la religión progresista. Los severos desafíos morales de nuestro tiempo han comenzado a despertar nuevamente esta tradición profética. A medida que la Derecha religiosa pierde influencia, nada podría ser mejor para la salud de la iglesia y de la sociedad que una vuelta al centro moral que ancla a nuestra nación en una humanidad común. Si presta atención, podrá escuchar cómo surgen estas voces nuevamente.


De God’s Politics (La política de Dios), por Jim Wallis. HarperCollins Publishers. Usado con permiso.

Traducción: Alejandro Field

Artículo original: http://www.sojo.net/special/items/050210_GPch1.pdf

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