Carta pastoral sobre las     adicciones de     monseñor Jorge Casaretto, obispo de San Isidro
 (29 de     septiembre de 2008)         
            Queridos Amigos: 
        En     esta oportunidad quiero invitarlos a reflexionar sobre un problema     que nos tiene sumamente preocupados: el tema de las adicciones, en     particular la adicción a las drogas y al juego.
        Ya     en noviembre de 2007 los obispos argentinos manifestamos esta     preocupación en una carta dirigida  a la sociedad titulada "La droga     sinónimo de muerte".
         
                Síntomas de una situación crítica
            Las estadísticas nos hablan de un consumo cada vez más precoz y     masivo de drogas y alcohol, y los distintos informes nos dicen que     nuestro país hace tiempo que dejó de ser un país de tránsito, para     transformarse en un lugar de alto consumo de sustancias tóxicas, en     particular de cocaína, marihuana y "paco".
            Las noticias nos muestran casi a diario la magnitud del problema.     Bandas enfrentadas, zonas tomadas por los narcotraficantes,     cargamentos de sustancias cada vez más importantes, empleo de     jóvenes y niños en la distribución, adolescentes y adultos que     mueren por sobredosis. Los mercaderes de la muerte hacen su negocio     con la vida de nuestros niños y jóvenes.
            Pero los signos de alarma no solo suenan cuando miramos los diarios.     Con alguna frecuencia me llegan noticias que agentes de la     distribución de drogas en los barrios pobres regalan muletas, sillas     de ruedas  o remedios para ganar voluntades y asimismo le pagan a la     gente por esconder la droga en sus casas o avisar sobre movimientos     de la policía o de la justicia.
            Imaginen ustedes qué tentación tan grande, en una situación de     pobreza extrema que a uno le paguen altas cifras por no hacer nada,     solo cuidar y avisar.
            Otro hecho elocuente: En una misión se le preguntaba a la gente por     sus mayores preocupaciones, al tope de la lista estaba "que mi     hijo/a no caiga en la droga". Un grupo de padres de un colegio     comentaba la facilidad con la que acceden hoy los chicos a la droga,     incluso ofrecida en las cercanías de las escuelas, en los boliches,     etc.
            Creo poder decir que en el conurbano de las grandes ciudades     (bonaerense en nuestro caso), la exclusión social alimentada por la     cultura de la dádiva, el alcoholismo, el juego y el reparto "de     bienes y favores" que hace el narcotráfico, se está convirtiendo en     la mayor hipoteca social del país, que al tomar dimensión     estructural, es de muy difícil erradicación.
            Junto a la droga, nos preocupa la proliferación de las casas de     juego, que han favorecido en la sociedad la adicción al mismo, con     consecuencias fatales para muchas familias.
        Se     confunde a la sociedad aumentando la difusión y proliferación del     exceso y, por lo tanto, la facilitación del vicio.
        El     poder económico de los grandes empresarios del juego y sus alianzas     con los poderes políticos son enormes. La compra de voluntades y de     apoyos no reconoce límites.
 Los bingos, difundidos en principio como inocentes salones de     encuentro familiar, unidos al fabuloso negocio de los tragamonedas,     al alcance de todos los estratos sociales, se han ido convirtiendo     en importantes centros de juego y, como tales, en destructores de     vidas y ruina de una enorme cantidad de familias.
            Gracias a Dios, aún algunos municipios de nuestra diócesis han     resistido la instalación de estas salas de juego.
         
                Qué es lo que nos lleva desarrollar conductas adictivas
        La     palabra "adicto" nos está dando la pista: a-dicto es el que no dice,     el que no se comunica. De hecho, los adictos nos refieren su     experiencia de profunda soledad, su vacío. Han llegado allí por     huir, por evadirse, para acallar una pena. A veces es el hambre     abrumador, el abandono, la carencia de referentes. Otras veces son     las mismas problemáticas vitales normales, pero a las que no se les     encuentra una salida ni a quién pedir ayuda.
            Así, entre las cosas que nos pueden generar nuestros vacíos o     acrecentarlos, está la falta de comunicación que vivimos en estos     tiempos, (paradójicamente) hipercomunicados.
            Nos falta comunicación en las familias, en las escuelas, en las     comunidades. El apuro, las exigencias, el vértigo cotidiano nos     llevan a dejar de escuchar, de escucharnos a nosotros mismos y de     escuchar a los demás.
            Evidentemente, no me refiero a la mera trasmisión de datos, sino a     la comunicación cordial y profunda, que nos impulsa a compartir con     otras personas pensamientos, sentimientos.
            Como pre-requisito, tiene que haber comunicación con nosotros     mismos, lo cual implica una escucha a nuestros pensamientos,     sentimientos, incluso a nuestro cuerpo, ya que muchas veces las     enfermedades nos están marcando algo que tenemos que hacer o dejar     de hacer.
        Y     al principio y al final del proceso, obviamente, está nuestra     relación con Dios. Nosotros como creyentes sabemos cuán importante     es esta dimensión para nuestra salud y felicidad y cómo cambia la     vida contar con una relación cordial y fluida con el Señor.     
        Si     tenemos padres y madres que escuchen, docentes que escuchen,     animadores de comunidades que escuchen, dirigentes políticos,     sociales y religiosos que escuchen, nuestros jóvenes podrán     comunicarse, podrán decir lo que piensan y sienten y podremos     ayudarlos. Habrá muchos menos a-dictos.
         
                La dinámica del mal
        En     nuestra época, hablar del mal no tiene buena prensa. Quisimos     erradicar el miedo de nuestra espiritualidad, lo cual es muy     saludable, pero para ello en nuestra pastoral casi hemos anulado     todos los argumentos acerca del mal. Nos olvidamos que este es un     tema presente en la predicación de Jesús.
        No     voy a entrar aquí en una discusión filosófica sobre el mal en el     mundo, sencillamente recuerdo la parábola de la cizaña en el trigo y     la explicación que da Jesús de la misma:
            "Y     les propuso otra parábola: «El Reino de los Cielos se parece a un     hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras todos     dormían vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue.
                Cuando creció el trigo y aparecieron las espigas, también apareció     la cizaña. Los peones fueron a ver entonces al propietario y le     dijeron: «Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo?     ¿Cómo es que ahora hay cizaña en él?»
            El     les respondió: «Esto lo ha hecho algún enemigo». Los peones     replicaron: «¿Quieres que vayamos a arrancarla?».
                «No, les dijo el dueño, porque al arrancar la cizaña, corren el     peligro de arrancar también el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta     la cosecha, y entonces diré a los cosechadores: Arranquen primero la     cizaña y atenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo     en mi granero». 
                Entonces, dejando a la multitud, Jesús regresó a la casa; sus     discípulos se acercaron y le dijeron: «Explícanos la parábola de la     cizaña en el campo».
            El     les respondió: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del     hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los que     pertenecen al Reino; la cizaña son los que pertenecen al Maligno, y     el enemigo que la siembra es el demonio; la cosecha es el fin del     mundo y los cosechadores son los ángeles.
                Así como se arranca la cizaña y se la quema en el fuego, de la misma     manera sucederá al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus     ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los     que hicieron el mal, y los arrojarán en el horno ardiente: allí     habrá llanto y rechinar de dientes.
                Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su     Padre. ¡El que tenga oídos, que oiga!"     Mt 13, 24-30. 36-43
             Podríamos hacer muchas reflexiones, pero aquí me parece importante     señalar que existe el mal, que existe quien lo siembra y que tiene     una estrategia para hacerlo. Debemos estar alertas sobre los     peligros exteriores; pero el mal no sucede solamente afuera nuestro,     sucede en nuestro propio corazón; y allí es donde principalmente     debe haber una actitud vigilante, a la que también nos exhorta Jesús     (ver Mt 25).
            Todos somos pecadores, y si recordamos algún pecado más o menos     importante que hayamos cometido, y rastreamos cuál fue su origen,     descubrimos una tentación y a nosotros mismos cayendo en ella. Al     principio, posiblemente, fue algo pequeño. Por ejemplo, algún gran     rencor que guardamos en el corazón, y que hoy lastima a los demás y     a nosotros mismos, comenzó con algo que otro nos hizo, pero que con     el tiempo se transformó en odio. ¿Cómo sucedió eso? Pudo empezar a     gestarse a partir de una ofensa, un prejuicio, una crítica     destructiva o simplemente un pensamiento agresivo o un sentimiento     que podría haber quedado allí, pero nos ocupamos de cultivarlo. Se     transformó entonces en algo que hoy nos maneja y no podemos     controlar. Podríamos poner ejemplos de cualquier otro de los pecados     que llamamos "capitales": codicia, ira, soberbia, lujuria, gula,     pereza, envidia, con sus muchos derivados.
            Por eso es tan importante "vigilar" sobre lo que sentimos o     pensamos. Una fantasía o un sentimiento no son ni buenos ni malos,     pero pueden transformarse en tales, en la medida en que nosotros los     alimentamos en un sentido o en otro. Manejamos estos pensamientos     cuando las tentaciones son solo eso, pero después, transformadas en     acciones malas, cuanto más grandes, menos poder tenemos finalmente     sobre ellas.
             ¿Qué tiene que ver esto con las adicciones? Los especialistas en el     tema afirman que quien empieza a consumir drogas, alcohol, juego,     etc. hasta transformarse en un adicto, más allá de un contacto     casual, siguió adelante porque hubo un vacío que se quiso llenar con     aquello que se consume. Juan Pablo II habló del "vacío existencial"     que se quiere satisfacer con la adicción. Los adictos por su parte,     hablan de la compulsión a consumir como algo que ya no pueden     manejar.
        Todos tenemos nuestros vacíos, por las limitaciones     intrínsecas que tiene la vida y por nuestras propias heridas: ¿Qué     hacemos con ellos? ¿Los vemos? ¿O los negamos y entonces a la larga     nos manejan? Si los vemos, ¿Con qué los estamos llenando? ¿Con     comida, alcohol, tele, drogas, juego, sexo, personas o relaciones     "tóxicas", trabajo…?
        Algunas de estas cosas son malas aún en dosis pequeñas,     pero otras son excelentes en su medida, solo que ellas solas no     alcanzan para responder al sentido de nuestra vida.
        Hace poco llegó a mis manos una novela, llamada "La última     moneda",     en ella se narra la historia de una mujer adicta al juego y su lucha     por recuperarse, el libro muestra bien cómo la protagonista comienza     yendo al tragamonedas como un entretenimiento y termina     desarrollando una irrefrenable compulsión por jugar. Pensó que podía     controlar la situación, hasta que dolorosamente y después de perder     muchas cosas importantes, se dio cuenta que el juego la manejaba a     ella. Una dinámica oscura, difícil de percibir mientras se     desarrolla.
        Sobre nuestros vacíos, heridas y tentaciones tenemos que     mantener una actitud vigilante, porque nuestra desprevención nos     puede hacer caer en una vorágine de la que después no podremos salir     aunque queramos.
         
                Empezando a buscar salidas
         Estas cosas sería bueno conversarlas en las comunidades,     dedicarnos un poco a preguntarnos, a reflexionar,  a dialogar sobre     las causas del fenómeno de las adicciones.
            Evidentemente, con el miedo no hacemos nada, todo lo contrario, nos     arrinconamos más y crece la sensación de impotencia que nos     inmoviliza, lo cual es una maniobra del mal, para que el bien no     crezca. Vencer el mal, a fuerza de bien, como dice Pablo (Ver Rom.12,     21), será la estrategia principal, pero ¿Cómo?
        Lo     primero será conocer la realidad, para dimensionar a qué nos estamos     enfrentando y con quién tenemos que luchar. Esta carta también puede     contribuir a que miremos algo que nos cuesta ver.
        Lo     segundo, es trabajar con las consecuencias, ayudar a quienes ya son     adictos, apoyando a las ONG o instituciones que trabajan en este     sentido, alertarnos unos a otros sobre la venta de drogas, hablar     con los jóvenes sobre el tema, trabajar para evitar la tolerancia     social creciente sobre el consumo de drogas, etc.
        Lo     tercero es actuar sobre las causas que conducen a desarrollar     conductas adictivas de cualquier tipo, que es un trabajo de     educación y prevención más profundo que hablar sobre la maldad del     juego, del alcohol y de las drogas (lo cual también hay que     hacerlo), sino preguntarse ¿por qué las personas se autodestruyen     por estos medios? ¿Qué es lo que nos lleva a desarrollar una     adicción?
            Por último, y aunque parezca lo más difícil, hay que tratar de     influir sobre nuestros representantes (concejales, legisladores,     etc.), para concertar en el orden municipal, provincial y nacional,     políticas públicas con las que se pueda enfrentar estos flagelos,     legalmente y con eficacia.
             Obviamente, son los especialistas los que tienen respuestas      acabadas sobre el tema, yo tan solo quiero llamar la atención sobre     cuestiones que nos pueden ayudar a pensar, con la intención que se     desencadene el debate y la reflexión en las familias y comunidades.
        En     definitiva, el camino cristiano es también un camino de sanación que     nos devuelve nuestra plena libertad de hijos de Dios.                   
         Quiero terminar la carta con un testimonio, el testimonio     de Juan, un hombre valiente que se animó a pelear con sus sombras.
        Soy Juan, tengo     37 años, estoy casado y tengo 5 hijos. Tuve una infancia muy     difícil: mi mamá nos abandonó a mis hermanos y a mí cuando éramos     muy chicos y mi padre era alcohólico. Por estos motivos, me crié en     la calle, donde conocí a los 12 años, el infierno de las drogas. La     droga parecía llegar en el momento justo, como para tapar todo el     odio, la bronca y la tristeza que yo sentía.
        El consumo de     drogas me llevó a conocer muchos hospitales, institutos de menores,     y cárceles, porque tenía que salir a delinquir para poder drogarme.     Pasé muchos años detenido, y tengo varios impactos de bala en mi     cuerpo, uno de los cuales me dejó 12 días en estado de coma.
        Mi vida nunca     tuvo un sentido, ni me parecía que hubiera una razón para vivir. Vi     como el alcohol y las drogas destruían a mi familia: primero, muere     mi padre a causa del alcohol, luego mi hermana deHIV y mi hermano     cae preso.
        En el año 96     conocí a la que hoy es mi esposa, (llamémosla María) que también se     drogaba y tenía dos chicos. Pronto nos fuimos a vivir juntos,     tuvimos un hijo, que por nuestra condición de adictos, tenía pocas     posibilidades de vivir, pero que gracias a Dios hoy está bien.     Cuando ese bebé tenía un año y medio, un juez tomó la decisión de     sacarnos los tres nenes y llevarlos a un instituto. Ese hecho nos     hizo tocar fondo a María y a mí y decidimos comenzar un tratamiento     de rehabilitación, en ese momento, Dios empezó a actuar en mi vida     de una manera sorprendente, con el sólo hecho de reconocer que Él     era mi Salvador.
        Con María     estuvimos internados juntos 2 años, nos costó horrores superar el     tratamiento pero fue lo mejor que nos pasó en la vida. Hoy hace 9     años que estoy sin consumir, y hace 7 que trabajo como operador     socioterapeuta en una comunidad de rehabilitación de adictos.     
        Hace 5 años que     con María nos casamos por iglesia y por civil, recuperamos a     nuestros hijos, terminé el secundario y estoy estudiando una carrera     universitaria.
        Hoy puedo decir     que me pude recuperar y también recuperar mis valores como persona,     en especial algo que para mí es lo más importante, mi identidad.     Quiero decir que todo esto no lo hubiera podido hacer si no me     aferraba a Dios, a Jesús y a María que son los principales artífices     de la persona que soy hoy, junto con Patricia y el P. Hugo que     fueron quienes creyeron que me podía recuperar cuando nadie, ni en     mi familia, ni en el barrio, ni yo mismo creía que podía hacerlo.
        Ahora puedo     asegurar que todo adicto se puede recuperar con la ayuda de Jesús y     de María, y de aquellos hermanos que crean que esa persona es capaz     de hacerlo.
        Gracias, Juan
        Pd: pido     disculpas a la sociedad por el daño que causé siendo un adicto.
         
            Que el Espíritu Santo nos inspire y nos de la lucidez necesaria para     saber qué es lo que tenemos que hacer y la valentía para llevarlo     adelante. Una bendición especial para las familias que tienen algún     miembro padeciendo una adicción, a ellos mi fraterna cercanía y una     palabra de aliento para que pidan ayuda y no bajen los brazos,
            Con afecto en el Señor,
         
        Mons.     Jorge Casaretto,     obispo de San     Isidro
      
                GUÍA DE TRABAJO:
                 Tal como hicimos en otras cartas pastorales, nos vamos a ayudar con     una guía de trabajo en nuestra reflexión personal y comunitaria.
                 ¿Qué es una Guía de Trabajo?
             Es una serie de preguntas que nos ayudarán a interiorizar los     contenidos de la CARTA PASTORAL. No se trata de encontrar la     "respuesta correcta", sino de preguntarnos acerca de lo que estamos     reflexionando, para ver qué repercusión tienen estas realidades en     la vida de cada uno de nosotros. Sería bueno que escribamos las     respuestas, ya que el ejercicio de escribir nos ayuda a     concentrarnos y a ponernos en contacto con nuestro interior. Si     queremos, después podemos compartir lo que hemos reflexionado, con     nuestra familia o comunidad.
             Aquí van las preguntas: 
    -                ¿Cómo repercuten en mi persona y en mi familia el tema de la      droga, el alcohol, el juego? ¿Estamos asustados? ¿Nos hemos      planteado alguna vez el hecho de que algún miembro de la familia      podría desarrollar esta adicción?      
-                ¿Cómo diríamos que es la comunicación en nuestra familia?      ¿Buena, regular, mala…? ¿Por qué? ¿Hay cosas de las que no      hablamos? Por ejemplo: ¿Sabemos qué le preocupa hoy a cada una      de las personas que viven con nosotros?      
-                ¿Sé escuchar? ¿Sé propiciar espacios para compartir      experiencias, sentimientos, vivencias con los otros integrantes      de mi grupo familiar, particularmente con los chicos y jóvenes      de la familia?       
-                ¿Cuáles son los vacíos que mi vida presenta hoy? ¿Con      qué/quiénes intento colmar esos vacíos? ¿Puedo reconocer en mí o      en algún otro miembro del grupo familiar alguna adicción      peligrosa o inofensiva (adicción al alcohol, a la comida, a la      tele, a la computadora, al celular, etc.)?      
-                ¿Puedo reconocer en mí algún pecado que lleva tiempo y ha echado      raíces en mi corazón? ¿Cuál? ¿Puedo reconocer los factores que      lo hicieron crecer? ¿Qué podría hacer para liberarme de este      mal?        
-                ¿Estoy haciendo algo por aquellas personas que ya son adictas?      ¿Y por erradicar la droga de mi barrio/entorno? Pienso alguna      acción  concreta que podría llevar adelante.      
-                ¿He pensado unirme a otras personas o grupos para evitar que en      nuestros Municipios se instalen casas de juego?      
-                En presencia de Jesús, le pido que me ilumine con su Espíritu      Santo, para que pueda conocer mi verdad personal y familiar y      para tener el coraje de cambiar las situaciones que nos están      esclavizando.