
Se trata de uno de los países en los que la corrupción  ha alcanzado cotas de escándalo. La corrupción acompañada de su eterna compañera  de viaje: la pobreza. Seis décadas de gobierno del sempiterno Partido Colorado  han sido cerradas en Paraguay por medio de unas elecciones democráticas con alta  participación ciudadana; unas elecciones que han llevado a la presidencia del  país al obispo católico Fernando Lugo, de 56 años. El paso del tiempo se encargará de  juzgar si el nuevo presidente responde o no a las enormes expectativas que ha  despertado entre la población paraguaya, de la que una inmensa mayoría vive  acostumbrada al hambre y a la corrupción, perdidas todas las esperanzas después  de 61 años de incertidumbre y desesperanza, siendo gobernados por un partido  político incapaz de resolver los problemas y sacar al país de la  pobreza. Fernando Amindo Lugo Méndez  es un seguidor de la teología de la liberación1, como lo son la mayoría de los cristianos  comprometidos socialmente en América Latina, lo cual no quiere decir que sea, al  menos en sus primeras manifestaciones, un populista al estilo de otros líderes  políticos latinoamericanos. Su gran reto, en un pequeño país rodeado de dos  gigantes: Brasil y Argentina, es librar del hambre y de la corrupción a una  población de 5,6 millones de habitantes recurriendo a la tierra y a los recursos  naturales, que no le faltan al país hermano. Al parecer al presidente electo de  Paraguay le sobran ganas y carisma personal, ya que en solo tres años ha  conseguido aglutinar en torno a su persona a una mayoría de votantes bajo un  partido sin marcado color político, Alianza Patriótica para el Cambio,  en el que el elementos de unión ha sido una llamada a la honestidad, a  la justicia social y a la regeneración democrática, con la promesa de llevar a  cabo una reforma agraria y aprovechar los recursos energéticos que mantiene o  disputa con Brasil y Argentina. ¡Ojala lo consiga! ¡Ojala le dejen! ¡Ojala no se  deje entrampillar en las redes de la corrupción! Fernando Lugo es uno de esos  clérigos latinoamericanos que se tomaron en serio la doctrina del Concilio  Vaticano II y aceptaron que el mensaje de Jesús hace una opción preferencial por  los pobres; y que esa opción lleva implícito no solamente un mensaje  salvacionista, sino un compromiso social; que la teología no es un mero  ejercicio intelectual que se elabora en los despachos y se presenta en las  facultades, sino un compromiso vital que se incardina en el campo, en la calle,  en las plazas públicas, en la sociedad; que la ortodoxia, es decir, la  pura doctrina, se convierte en algo hueco y estéril cuando no se transforma en  ortopraxis, una reflexión crítica que conduce al compromiso y a la  transformación de la sociedad. Pero para entonces el Concilio Vaticano II había  dejado de ser atractivo para Roma. Y su jefe actual, Benedicto XVI, ha decidido  suspenderle para el ejercicio de sus funciones episcopales. Fernando Lugo no se define como  hombre de izquierdas ni de derechas, sino como “practicante de la teología de la  liberación”. Sus motivaciones responden a convicciones internas y trascendentes,  y representan una ventana abierta a la esperanza. Cree que teología y política  van de la mano; que compromiso social y fe son partes de un todo. El mundo contemporáneo, inmerso en  la subversión de valores y la corrupción, en el que emerge cada vez con mayor  fuerza una concepción política neoliberal despojada de sentimientos  humanitarios, está necesitado de políticos de talla que tengan referentes éticos  suficientemente arraigados, que les lleve a establecer compromisos sociales sin  perder de vista la dimensión trascendental de la vida, pero sin caer en la  tentación de crear una sociedad teocrática sometida a los dictados de la  religión. Deseamos al presidente electo de  Paraguay claridad de mente para afrontar el reto con sabiduría y firmeza de  carácter para no dejarse arrastrar por los cánticos de sirenas que empezarán muy  pronto a entonar a su alrededor.  Abril 2008 - Lupa Protestante
El autor es sociólogo y  teólogo. 
 
 

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