“Con este Decálogo Evangélico del Voto Ético y Lúcido,
I. El voto es intransferible e innegociable. Con él, el cristiano expresa su conciencia como ciudadano. Por esto, el voto debe reflejar la comprensión que tiene el cristiano de su país, su provincia y municipio:
II. El cristiano no debe violar su conciencia política. No debe negar su manera de ver la realidad social, aun cuando un líder de la iglesia busque dirigir el voto de la comunidad en otra dirección;
III. Los pastores y líderes tienen la obligación de orientar a los fieles sobre cómo votar con ética y con discernimiento. No obstante, deben evitar transformar el proceso de aclaración política en un proyecto de manipulación e inducción político-partidario.
IV. Los líderes evangélicos deben ser lúcidos y democráticos. Por lo tanto, antes que indicar a quién la comunidad debe votar debe orientar a los cristianos a conocer bien la historia y principalmente la propuesta de gobierno de los candidatos a través de debates multipartidarios y otros medios que permitan que todos sean oídos sin preconceptos.
V. La diversidad social, económica e ideológica que caracteriza a la iglesia evangélica en el Brasil debe llevar a los pastores a no intentar realizar procesos político-partidarios dentro de la iglesia, para no correr el riesgo de que estos procesos dividan a la comunidad en distintos partidos;
VI. Ningún cristiano debe sentirse obligado a votar a un candidato por el simple hecho de que éste se confiese cristiano evangélico. Más bien, los evangélicos deben discernir si los candidatos que se dicen cristianos son personas lúcidas y comprometidas con las causas de la justicia y de la verdad. Aun más, es fundamental que el candidato evangélico quiera ser elegido para propósitos mayores que simplemente defender los intereses inmediatos de un grupo religioso o de una denominación evangélica. Es obvio que la iglesia tiene intereses que pasan también por la dimensión política. Pero es demasiado mezquino y pobre pretender elegir a alguien simplemente para defender intereses limitados a las causas temporales de la iglesia. Un político evangélico tiene que ser, por sobre todo, un evangélico en la política y no un mero “agente” de iglesias.
VII. Los fines no justifican los medios. Por lo tanto, el elector cristiano no debe jamás aceptar el pretexto de que un político evangélico votó de cierta forma simplemente porque obtuvo la promesa de que, al hacerlo, conseguiría algunos beneficios para la iglesia, sean radios, concesiones de TV, terrenos para templos, líneas de crédito bancario, propiedades u otros “trueques”, aunque sean menores. A pesar de que todos demos por sentado que entre los bastidores de la política haya acuerdos y arreglos de intereses, no se puede sin embargo admitir que dichos “ajustes” impliquen la prostitución de la conciencia de un cristiano, aun cuando la “recompensa” sea aparentemente muy buena para la expansión de la causa evangélica. A fin de cuentas, Jesús no aceptó ganar los “reinos de este mundo” por cualquier medio. Él prefirió el camino de la cruz;
VIII. Los electores evangélicos deben votar a sus candidatos basándose sobre todo en programas de gobierno y no simplemente en función rumores del tipo: “Tal candidato es ateo” o “Fulano va a cerrar las iglesias” o “Mengano no va a dar nada para los evangélicos” o aun “Zutano es bueno porque dará mucho para los evangélicos”. Es bueno saber que
IX. Siempre que un elector evangélico se encuentre en una encrucijada del tipo: “el candidato evangélico es óptimo, pero no me gusta su partido” es una buena sugerencia que aún así se le dé un “voto de confianza” a ese hermano en la fe, siempre que tenga las calificaciones para el cargo. La fe debe priorizarse a las simpatías ideológico-partidarias.
X. Ningún elector evangélico debe sentirse culpable por tener una opinión política diferente de la de su pastor o líder espiritual. El pastor debe ser obedecido en todo aquello que enseña sobre
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